sábado, 4 de mayo de 2013

La hora del vermú

He elegido este artículo por considerarlo muy interesante en tanto en cuanto se refiere a una costumbre que viví al principio de los 70, la cual me encantaba observarla o compartirla ya que era otra forma de reunión entre amigos o familiares y que normalmente lo hacíamos los domingos.

Más que una bebida, es un rito. Con sus tapas y banderillas, el vermú matutino constituye una de nuestras ceremonias gastronómicas más típicas, que ahora regresa gracias a una nueva generación de adeptos. En Madrid, Barcelona y otras ciudades surgen como setas bares consagrados a la ceremonia. Se recuperan tascas de toda la vida que reviven con un público veinte o treintañero. Si en los últimos años hemos sufrido una pequeña sobredosis de artificio y modernidad mal entendida en nuestra gastronomía, parece como si el vermú y su parafernalia castiza fueran un bálsamo de autenticidad.

“Es una bebida y una ceremonia muy sexy. ¡Es nuestra fiesta diurna!”, asegura Miguel Ángel Vaquer, de la bodega Casa Mariol. “Afortunadamente, el brunch ha perdido la batalla, y los bares y restauradores han optado por lo natural, por la herencia, por lo de aquí. Después de tanto lambrusco, gin tonic y cañita bien tirada, ¿será la hora del vermú?”.


Para Vaquer, miembro de una casa vermutera de la Terra Alta tarraconense cuya imagen de marca recibe alabanzas de medios como Monocle, The New York Times Magazine y Esquire, el resurgir del vermú se debe al carácter democrático. “Reúne a mayores, jóvenes y niños, lo puedes hacer sentado o de pie, con mal o buen servicio, bajo el sol de mediodía y sin gastar mucho dinero”.

Mónica Escudero/Mikel López Iturriaga

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